LA ISLA DEL TESORO
El corazón me latía en la boca, cuando salimos al frío de la noche y emprendimos nuestra peli
rosa aventura. La luna llena empezaba a levantarse e iluminaba con su brillo ro
izo los altos bordes de la niebla. Ali
eramos el paso, pues muy pronto todo estaría bañado por una luz casi como el día y no podríamos ocultarnos a los o
os de cualquiera que estuviera vi
ilando. Nos deslizamos silenciosos y rápidamente a lo lar
o de los setos sin que escuchásemos ruido al
uno que aumentara nuestros temores, hasta que con sumo
úbilo cerramos tras de nosotros la puerta de la «Almirante Benbow». Corrí inmediatamente el cerro
o, y permanecimos unos instantes en la oscuridad, sin movernos,
adeantes, a solas en aquella casa con el cuerpo del capitán.
ROBERT L. STEVENSON, La isla del tesoro. Editorial Anaya (fragmento)