Érase una vez un muchacho llamado Bongo, que trabajaba en una herrería. Bongo se levantaba todas las mañanas a las cinco, cuando el cielo estaba aún negro y titilaban las últimas estrellas. Bongo bajaba entonces a la herrería, prendía el fuego y ya no descansaba hasta la hora de comer.
El Herrero era un hombre jorobado, pecoso, con el pelo rojo y la cara cruzada por una cicatriz. Bongo solía preguntarle:
—¿Por qué tiene esa cicatriz en la cara, maestro?
—Me la hicieron los piratas —contestaba el Herrero.
Y, mientras Bongo le daba al fuelle, empapado de sudor, el Herrero golpeaba el yunque y le contaba sus andanzas por los mares de la China.
ANA MARÍA MATUTE, «Carnavalito», en Todos mis cuentos.